La prueba del algodón
El tiempo corre que es una barbaridad, diremos muchos el domingo recordando que ya se han cumplido cuatro años de las últimas elecciones generales. También recordaremos, o no, a qué partido votamos, con qué expectativas, bajo qué promesas. Y antes de meter la papeleta analizaremos, o no, si el partido al que confiamos nuestro voto ha cumplido sus propuestas, si el país ahora está mejor que entonces y si ha habido avances en los asuntos que más cercanos nos resulten o a los que seamos más sensibles.
Al hacer ese análisis tendremos que ser muy finos para discernir el polvo de la paja porque en la campaña de estas elecciones, además del habitual bombardeo de eslóganes, datos macroeconómicos y promesas de paraísos terrenales, también se han colado desde hace unas semanas las habilidades de los políticos en el baile, la guitarra, el futbolín o el dominó como si eso garantizara mejores leyes, mayores niveles de bienestar y una más eficiente gestión de nuestro dinero, que, al final, es de lo que se trata.
Entre tanto bombardeo mediático, para afinar nuestra reflexión previa al voto no nos queda más remedio que comparar lo entonces prometido con lo realmente hecho. Ésa es la auténtica prueba del algodón. Y ahí todo juega en contra del partido en el gobierno por mucho que sus apóstoles nos cuenten incansablemente que vivimos en los mundos de Yupi. Ningún aspecto que se analice le es favorable, excepto los discursos disciplinadamente memorizados y repetidos por todos sus miembros que andan instalados en una realidad paralela.
Así, presumir de recuperación económica cuando hay colas interminables en los comedores sociales, vanagloriarse de creación de empleo cuando la juventud española se ve obligada a emigrar masivamente, prometer que nunca se les dará dinero a los bancos mientras se les salva con miles de millones de dinero público, ufanarse de la lucha contra la corrupción a la vez que se machaca el ordenador de Bárcenas o se le mandan mensajes de apoyo, afirmar sin rubor su compromiso con la sanidad y con la educación después de recortarles más de diez mil millones, cacarear su apoyo a los desempleados a la vez que se grita “que se jodan” son claros ejemplos de que las palabras se las lleva el viento. Verba volant, facta manent, como diría un romano.
El algodón no engaña.