Sabina: sincero, incorregible, genial

Gasta Sabina el perfil de guerrero que llega de vuelta de mil batallas —el pelo más blanco y el corazón más débil—, aunque, eso sí, le escucho en la radio y tengo para mí que, pasados los pasados los años, sigue como siempre: sincero, incorregible, genial. O por decirlo de otra manera: con la frente muy alta y la lengua muy larga, como la protagonista de su canción '19 dias y 500 noches'.

Sabina: sincero, incorregible, genial

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No le gustan los brindis al sol, ni los tiros al aire, ni que le den la razón los espejos, como confiesa en otra de sus canciones. Sufrió un ictus en el año 2011, convalece todavía de una reciente operación quirúrgica, pero apunta el maestro de Úbeda para quien le quiera escuchar —hay que escucharle; no oírle, ¿eh?— que su maltrecho corazón, 'mú malito', decidió con urgencia entrar en una farmacia y preguntar: ¿Tiene pastillas para no soñar?.

No, claro, el dueño de la farmacia más próxima, el boticario de la madrileña plaza de Tirso de Molina, carecía de pastillas y pócimas mágicas para no soñar. Y el maestro de Úbeda, dolido, encabronado, exhausto, concluyó su diagnóstico sobre España con el quejío amargo de una conocida canción: Ni contigo ni sin ti tienen mis males remedio.

A Sabina le duele España —para ser preciso las Españas de las que hablaba Machado— como una enfermedad terminal, incurable, como el pitonazo de un Miura que hiere para siempre. Tanto encono desmedido, tanta batallita y tanto humo de unos y otros le producen al maestro de Úbeda un hartazgo hondo que no cura el paracetamol. Está hasta las narices, y lo proclama con un par, de Bárcenas, de Rato, de la corrupción que vivimos, de la independencia de Cataluña y recela un poquitín de los pijosprogres de la nueva temporada.

Javier M. Flores es quizás el periodista que mejor conoce en las distancias cortas al cantautor. Le ha dedicado, que uno recuerde, un par de libros que merecen lugar privilegiado en la estantería, 'Perdonen la tristeza' y 'Sabina en carne viva', dos obras amenas, rigurosas, que describen al autor de 'Calle Melancolía'. La leyenda del perdedor-ganador que, como dice en uno de sus temas, de vez en cuando vuelve a tropezar con el pasado y pide en el bar otra copa de ron.

Hay que dar la enhorabuena a Sabina por partida doble, cumplidos sus 66 tacos: vuelve recuperado tras su último percance de salud y está a la venta una edición de lujo con sus mejores dibujos facsimilares pintados con rotulador. El regalo llega adornado, eso sí, con el lacito del precio: ¡2.100 euros cuesta la 'joyita'! Si el precio no le permite conseguir dicha obra, una recomendación: escuchen a Sabina y disfruten con canciones como 'Pongamos que hablo de Madrid', 'Por el bulevar de los sueños rotos', 'Princesa” o 'Dímelo en la calle'. Canciones para recordar porque, insisto, regresa el mejor Sabina, el de siempre. No da puntada sin hilo y proclama en plan ganador que, como en la canción '19 dias y 500 noches' se resiste a ser un perro de nadie ladrando a las puertas del Cielo. Vuelve, pues, otra vez Sabina: sincero, incorregible, genial.

Me cuentan...

Este fin de semana he visto por la tele la entrega de los Premios Goya, que han cumplido su trigésima edición. Mucho glamour, mucho escote, mucha pajarita y algún pajarraco. La andaluza Natalia de Molina, una de las galardonadas, por su papel en 'Techo y comida', se confirma como una actriz a la que hay que seguir en los próximos años.

Veo la entrega de los galardones y no puedo dejar de acordarme de un actor inmenso y una buena persona a la que conocí hace unos 30 años. Me refiero a Carlos Álvarez-Novoa, que obtuvo uno de los 'cabezones' en 1999 por su interpretación en la película 'Solas', del director Benito Zambrano. Álvarez-Novoa, ahora recuerdo, hacía un magnífico papel, el papel de un anciano solitario, compartiendo protagonismo con las actrices sevillanas María Galiana y Ana Fernández.

Asturiano de nacimiento, sevillano de adopción, Carlos Álvarez-Novoa falleció en 2015 a los 57 años. Había dejado la enseñanza para dedicarse de lleno, con intensidad, a la interpretación. Le tuve como profesor de Literatura en el Instituto de Enseñanza Secundaria en Sanlúcar la Mayor (Sevilla). Llegaba a las clases con una moto de gran cilindrada, con barba y pelo descuidado. Hablaba con pasión de Max Estrella, el personaje central de 'Luces de bohemia', la obra de Valle-Inclán.

Mi amigo Rafael Fernández me habla con cariño de Álvarez-Novoa, de sus últimos días y de su corazón solidario: No lo pasó bien al final —me dice—. Murió de un cáncer de pulmón. Apenas recibía a nadie en sus últimos días, pero siempre había amigos que se interesaban por él, por su estado de salud. Tenía dos hijos que también se dedican al cine. Siempre le vi dispuesto a ayudar porque sabía lo difícil que era la profesión. Hizo una treintena de películas y 76 cortos. Además del Goya, recibió otros muchos premios, como el Tirso de Molina.

El escenario de la vida —como el cine y el teatro— nos devuelve con frecuencia imágenes, recuerdos, personas...

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