'2.500 años de antígonas y creontes'
Teatro hablado
Regresaba la compañía onubense a las tablas del primer coliseo provincial y lo hacía con una pieza clásica vestida de modernidad al menos en la denominación que tintaba los carteles

Podría haber sido, pero no lo fue. Tiflonuba hizo teatro clásico con los mínimos elementos exigibles, el paraíso o la paraskenia en este caso, convertida en pantalla de proyección y un piano al pie de las bambalinas desde el que se construyó un espacio ... sonoro soberbio. En escena Narciso Perera, un músico excepcional, y once artistas procedentes de esa extraordinaria experiencia que ha puesto en marcha, de la mano del infatigable Teo Domínguez, la ONCE en Huelva, la de hacer teatro desde un ángulo poco visible, el de la discapacidad que, en ocasiones como esta, nos hace ver que discapacitados en realidad, somos todos.
Fue al principio de la obra cuando se podría pensar desde la platea que estábamos ante una revisión del drama tebano. Y todavía más, que estábamos ante la constatación de que la guerra es algo que ha acompañado al hombre, como animal que es, desde el principio de los tiempos. Dos mil quinientos años desde que Sofocles escribiera semejante dramón, no es nada comparado con los millones de años que llevamos peleándonos por unas mínimas proteínas que nos ayuden a sobrellevar de la mejor manera posible esto que llamamos existencia. Dos mil quinientos años, no son nada. Poco hemos cambiado y al principio de la representación hay un apunte sobre ello, una fecha cercana y el tableteo de unas ametralladoras nos hacen ver que la guerra continúa, que todo sigue igual. Imparables los enfrentamientos y siempre la misma crueldad, el ansia de poder, la ambición, la violencia… más todos los calificativos que el lector quiera añadir.

Tiflonuba recurre a Sófocles y se ha transformado en coro para gritar sus penalidades desde la orchestra a los dioses inclementes. Es coro la formación de la ONCE, pero también es ese regusto del teatro de los setenta e incluso de los primeros ochenta, de ese tiempo en que la escena española era vindicación de justicias sociales, de igualdad y de paz, para irse diluyendo luego ese griterío en un teatro divertido y complaciente con el poder. Los actores dejaron de gritarle al público las verdades del barquero para hacerse sumiso y colocarse la pegatina del no a la guerra solo en el caso de ser viable y aconsejable. Tiflonuba, o más bien un director como Teo Domínguez, experimentado y con más recorrido que el baúl de la Piquer, ha regresado a aquel teatro de la vindicación, del que Andalucía tuvo algunas formaciones que hicieron historia, por mucho que anden ya perdidos en la frágil memoria de esta democracia que hoy disfrutamos, o sufrimos, de este sistema de poder salpicado de continuo con la sospecha de la corrupción, cuando no con los hechos probados en sala judicial, pero un poder al fin y al cabo apoyado por un teatro incapaz hoy de alzar la voz. Aquí juega un papel importante la autocensura, el temor y el temblor que acude al teclado de un guionista cuando ve peligrar la subvención. Es lo que toca, tiempos complacientes y relajados.
Tiflonuba ha querido saltarse la cotidianeidad y ha puesto sobre la escena el viejo drama de Antígona, situándonos ante un espejo en el que nos vemos delante de ese tableteo de las ametralladoras que nunca ha cesado. Un espejo que se oscurece pronto para devolvernos el teatro clásico en forma de teatro hablado. Uniforme, monótona y poco apetecible la representación, y no sólo por conocida, sino por el planteamiento general de la obra. De este tedioso y sin chispa teatro hablado, quizás se podrían salvar algunas escenas, como la que enfrenta a Antígona –Teresa Ollero– con Creonte –Josema Gómez– en el momento en que el nuevo rey de Tebas decide castigar a una hermana dolorida por la muerte de Polinices, al que quiere honrar, no a una rebelde, como esta versión pretende hacernos ver, sino a una mujer. Solo eso o nada menos que eso, una mujer y una hermana. En esta escena se deja ver la potencia teatral de los dos actores protagonistas, el dominio de la tensión, y el saber hacer del director, que la sitúa en el centro de la escena iluminándola con el mayor dramatismo. Por lo demás, los actores bien. Limitados, eso sí, por esta monotonía que sobrevuela los setenta minutos de representación. Iluminación correcta, escenografía mínima y por lo tanto sin riesgos. Una puesta en escena liviana que podría haberse utilizado en ayudar a socavar un ritmo sin las más mínimas alteraciones en el compás. Y ya que hacemos uso de términos musicales, acabemos con la música, con el piano extraordinario de Narciso Perera, toda una delicia. Tiflonuba ha cumplido su misión principal, hacer teatro. De las próximas antígonas y creontes, esperamos más.
TIFLONUBA. 2500 años de antígonas y creontes. Una adaptación de la Antígona de Sófocles con textos de otros autores que han trabajado esta pieza. Dirección y versión: Teo Domínguez. Regidora: Macarena Velázquez. Iluminación y espacio sonoro: Teo Domínguez. Música en directo: Narciso Perera. Baile: Luna Fernández. Elenco: Teresa Ollero, Josema Gómez, Luna Fernández, Rocío García, Paco Martín, Emilia Bejarano, Ionut Hernández, Manuel F. Romeiro y David Cobano. Los niños son Flavia Parra y Pablo Domínguez.
Gran Teatro. Aforo: 600 localidades (Tres cuartos de entrada); 29 de abril, 2023. Complicidad del público con los actuantes y, contra lo que viene siendo habitual, respetuoso y medido tanto durante la actuación como en el turno de aplausos, corto.