CRÍTICA teatral DE 'FARRA'

De la cercanía y otras virtudes

FESTIVAL 'CASTILLO DE NIEBLA'

Interactuar con el público está más visto que el tebeo, pero hacerlo como lo hacen en Farra, sin dar la tabarra y haciendo que el espectador se sienta parte del espectáculo, es cosa digna de elogio

Mucho color a demasiada velocidad

La maldad como necesidad

Uno de los momentos musicales de la obra SERGIO PARRA
Bernardo Romero

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CRÍTICA DE TEATRO

'Farra'

Imagen - 'Farra'
  • Dirección Lucas Escobedo
  • Dramaturgia María Díaz y Lucas Escobedo
  • Música Raquel Molano
  • Iluminación Manolo Ramírez
  • Vestuario Ana Llena y Soledad Seseña
  • Reparto Raquel Molano, Lucas Escobedo, Toni Guillemat, Paula Lloret, Irene Coloma y Jesús Irimia 'Xuspi'
  • Lugar Patio de Armas del Castillo de los Guzmán. Niebla. Aforo: 960 localidades (prácticamente lleno)

Irse de farra tiene entre otros beneficios para la salud la de poder hacer cosas sin sentido. Liberarse, que debe ser bueno hasta para el colesterol. Esto es lo que disfrutamos el sábado en Niebla, un dejar que venga lo que tenga que venir con una sonrisa, o con una carcajada, iluminando el rostro del celebrante. Y esto es Farra, pura celebración, según dicen y repiten los de la compañía de Lucas Escobedo, a quien han distinguido por esta obra puede que precisamente por eso, por el sinsentido de una pieza que se deja arrastrar por lo que es, una alegría para la vista y para el oído. Puro espectáculo. Solo eso.

Hay cierta línea argumental, el incierto asunto de una visita real, pero la propuesta de Escobedo, tan bien acompañado en lo musical por Raquel Molano, no se para en zarandajas, elevándose por el contrario en una composición rendida a su currículo profesional: clown, mimo, malabarista… y teatrero en el fondo y en las formas. La función está soportada por una escenografía exacta, funcional y dejando espacio a lo que allí se va a desarrollar, desde un trapecio a un cruce de espadas. Y sobre esta escenografía un vestuario absolutamente adecuado, tanto al hacer de los cómicos sobre la escena, como a un argumentario que pretende recorrer el Siglo de Oro, un desastre en lo económico y lo social, como no es bien sabido, pero cumbre en lo artístico (1), un tiempo en el que España vivía una libertad impensable en otras regiones encadenadas a la Reforma protestante, como es incluso menos sabido que

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lo anterior. Nos lo recuerdan sin querer los cómicos cuando repasan los nombres más comunes de las letras hispánicas, haciendo relación de la nómina femenina en el apartado literario de la España áurea en la que no sólo escribieron y muy bien las mujeres, sino que hasta subir a un escenario pudieron cuando en la Europa asolada por la Reforma semejantes cosas eran absolutamente impensables (2). En Farra hasta aparece un censor, afortunadamente una ficción de censor y por hacer burla de él, un censor más pegado a la imagen creada en los bordes de un imperio en el que no se ponía el sol, que a unas letras hispanas que poco o nada se callaban. Y quede el «su majestad es coja» como verbigracia, aunque a su majestad no le hiciera ni pizca de gracia.

En la endeble trama de la obra es mejor no perderse porque se quedaría fuera de juego una función en la que los artistas no paran un momento. Dicen y muy bien el verso, o corren, saltan y bailan, que hasta un descanso se ven obligados a realizar transcurridos ya más de tres cuartos del tiempo de farra y diversión. Se paran por ellos y puede que también por el público, que no paró de aplaudir en los momentos álgidos del espectáculo, que fueron muchos y variados. El dicho parón, ay, fue acompañado de un soliloquio tristón que quizás pudiera haberse reducido algo en su duración. Pero todo vuelve a ser puro espectáculo, sin más, un no parar de sorprender en la agilidad y perfección de los movimientos de los actores, como en las deliciosas voces y musicalidad de una compañía que ha tratado de adobar con música, con buena música, un espectáculo en el que el circo, el teatro o el mimo se dan la mano. Qué buena música y qué bien cantan, por cierto.

Hay otro valor en el que habría que reparar, la cercanía. Esto de interactuar con el público está más visto que el tebeo, pero hacerlo como lo hacen en Farra, sin dar la tabarra y haciendo que el espectador se sienta parte del espectáculo, es cosa digna de elogio. Esta cercanía se muestra en los aplausos que acompañaron el casi final de la función, aplausos con sonrisas en los rostros que se mantuvieron mientras los cómicos se dirigían a la salida para atender a los espectadores, además de sobre el escenario, en un tenderete donde ofrecían libros, discos, camisetas y cualquier producto promocional, merchandising que le llaman, que el distinguido público quisiera o pudiera apetecer. Más cercanía, qué quieren que les diga, imposible.

En las gradas del recinto mucho teatrero, entre ellos José Luis Gómez, el celebrado actor y académico que todos los años procura acercase a Niebla.

(1) La pintura de Velázquez o las letras de Quevedo, o de cualesquiera otros, lo retratan vívidamente: desde el Buscón a los niños comiendo melón, reflejan la realidad de un país tirando el oro y la plata de ultramar, el presupuesto, en guerras y trifulcas patrimoniales de la realeza. No es de extrañar lo del rey ausente en la obra.

(2) La ya sometida leyenda negra, o a medio someter al menos, pintó un cuadro tan irreal de lo que ocurrió en el solar hispano, que no solo extraños, sino hasta propios dan por sentado que la libertad era extraña a un país que fue vanguardia no ya en las letras sino en las libertades individuales. Por poner un ejemplo y acabar con el asunto, en la calvinista Suiza te pillaban silbando por la calle y te colgaban de un abeto. Como suena. O más bien como no sonaba ni de coña.

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