crítica 'macbeth'

La maldad como necesidad

Noche muy calurosa, aunque peor fue lo del sonido, para recibir de nuevo al Teatro Clásico de Sevilla y a su director Alfonso Zurro, un hito de la escena andaluza, que hace ya tres o cuatro años nos trajo otro Shakespeare, el Romeo y Julieta, agotando de igual modo todo el billetaje de la función

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Bernardo Romero

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En el inicio de la tragedia del bardo inglés tres brujas hacen un resumen urgente del espíritu de esta pieza sobre el poder, sobre la ambición, la traición y la infamia que arrastra la conquista del poder, habría que puntualizar. Las tres brujas dejan de entrada dos sentencias tremendas: «Cuando acabe el estruendo de la batalla y unos la ganen y otros la pierdan», por un lado, y «El bien es mal y el mal es bien», por otro. Zurro la principia de otro modo, pero el espectador va a poder ser consciente de ambas frases observando el horror de la guerra, no en los audiovisuales adosados a la escena, que también, sino en los soldados recogiendo cadáveres del suelo, en las noticias que recibe de la marcha de la batalla el rey Duncan, o en las arengas de los generales antes de lanzar a sus hombres, pobres diablos, a matarse los unos a los otros. Un horror.

El planteamiento del premiado director se bifurca, sobre el escenario y sobre unas pantallas en las que se suceden escenas de guerras, de todas las guerras, reales, mediante una retransmisión en vivo y en directo de Rafa Cremades, ofreciendo unas noticias que podrían haber sido sacadas del No Do o de cualquier informativo de la primera cadena. El caso es que a través de esas pantallas Zurro, y las brujas, quiere hacernos saber que el poder manipula a través de los medios que controla, y de paso hacernos ver la absurda tristeza de la guerra, de quienes la pierden, los de siempre, y de quienes la ganan, los de siempre también. Al fin y al cabo, el director y autor de esta versión no ha querido escapar de lo esencial en Macbeth, la ambición de quienes desquiciados y exentos de los más elementales principios éticos y morales alcanzan el poder. Y no estoy señalando a nadie, entre otras cosas, porque no es menester.

Esta pieza de la compañía Teatro Clásico de Sevilla tiene muchas cosas a favor, magníficas habría que calificar algunas, como la propia dirección, una iluminación milimétrica en la intención y certera en sus resultados, o la magnífica escenografía que igual señala la puerta de una estancia en el castillo de Dunsinane, donde se ha cometido un crimen infame, o cómo avanza el bosque de Birnam. También es menester soltar elogios al vestuario, en la misma gama cromática que toda la obra y con efectos sensacionales, como en una danza coral de los actores verdaderamente loable. Tiene una buena dirección de actores, aunque estos, como la obra en general, vayan de menos a más, que no es lo mismo que definir un crescendo, sino que empiezan algo dubitativos y ramplones para ir creciéndose al tiempo, es de suponer, que son conscientes de que los problemas de sonido van a seguir durante toda la obra, cosa que más o menos es así.

Desde luego la solución, a nuestro modesto entender, pasaba por volver a los primeros festivales iliplenses, cuando no se permitían los micrófonos de escena ni, por supuesto, llevar atados los micrófonos al pecho con los resultados tan lamentables que padecimos este sábado en Niebla. Podrían haberse arrancado los micrófonos que les oprimían el pecho y ese gesto, salvaje como la obra, habría quedado como parte de la puesta en escena. Siempre que se pretende alcanzar algo, sea el poder o la perfección en una actuación, lady Macbeth dixit, es necesaria la maldad. De paso nos habríamos librado todos de los chocantes problemas de sonido.

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De modo que los actores fueron creciendo a medida que se desarrollaba la trama, quizás algo tarde, pero todo lo salvaban esas escenas memorables que pudimos disfrutar en la función, como la de la muerte de lady Macduff y sus hijos, o los encuentros con las brujas, magníficos, también el cruce de espadas muy bien ejecutado, o la reseñada danza en la que las faldas escocesas giran como danzantes derviches en una escena oscura que se ilumina con tino y gracias a una escenografía tan medida como resultona. Hay cosas buenas en este Macbeth de Zurro, tal como hay un texto que a veces podría cansar o aburrir por la tibieza de unos actores que, repetimos, pudieran estar colapsados por unos altavoces que distraían al público y, como es natural también a quienes sobre el escenario pretendían hacernos ver que en todo tiempo y lugar hemos sufrido las consecuencias de la mala política, de la toma del poder por pura ambición, haciendo uso sin escrúpulos de la maldad. Desde luego qué razón tenía lady Macbeth, la muy hija de la gran puta.

Macbeth, de Shakespeare. Dirección escénica y dramaturgia: Alfonso Zurro. Escenografía: Curt Allen Wilmer y Leticia Gañán. Iluminación: Florencio Ortiz. Vestuario; Gloria Trenado/ Nantú. Música y espacio sonoro: Jasio Velasco. Coreografía: Marietta Calderón. Lucha escénica: Juan Motilla. Audiovisuales: Fernando Brea. Maquillaje y peluquería: Manolo Cortés. Intérpretes: Iñigo Núñez, Celia Vioque, Chema del Barco, Gonzalo Validiez, José María del Castillo, Santi Rivera, Silvia Beaterio, Luis Alberto Domínguez más el gran Rafael Cremades in absentia.

Alcazaba de los Guzmanes del castillo de Niebla. Teatro accesible. Aforo: 900 localidades, agotado todo el papel. 16 de agosto, 2025.

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