CRÍTICA TEATRAL 'LO QUE SON MUJERES'
Mucho color a demasiada velocidad
FESTIVAL CASTILLO DE NIEBLA
Cuarenta años recorriendo teatros y calles, corrales y coliseos, una compañía de teatreros que aman el teatro, como el público que acudió a disfrutar de su saber hacer en una calurosa, pero no tanto, noche de verano
Llega al Festival de Niebla 'Lo que son mujeres', la comedia «olvidada» de Rojas Zorrilla
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Teatro clásico. Mucho teatro clásico en dos horas de textos a toda velocidad, eso sí, vocalizados con extrema precisión para hacer más llevadero tanto siglo áureo, apenas desbravado en una comedia de costumbres que a poco que se insista vendría a reflejar hasta cierto empoderamiento en el personaje femenino, sobre el que parece pivotar la obra, aunque el contrapunto, su hermana, no le vaya a la zaga.
Podría hoy pasarse por alto este detalle de las mujeres mandando sobre la escena, pero no en la época, cuando no debió de ser poca cosa el atrevimiento, en pleno siglo XVII este asunto de meter en escena a mujeres y además manejando el cotarro. España, la España que en Trento ya se había puesto de frente a la muy reaccionaria Reforma protestante, por mucho que a estas alturas todavía los hay perdidos por ahí, y ¡ay!, por aquí, que confunden el culo con las témporas, sumándose sin casco ni airbag que valga a la que a estas alturas de la película debería resultar ya ridícula leyenda negra.
CRÍTICA DE TEATRO
'Lo que son mujeres'

- Versión y dirección: Eva del Palacio
- Vestuario: Ana del Palacio, Eva del Palacio y Fernando Aguado
- Iluminación: Guillermo Erice
- Música: Miguel Barón
- Escenografía: Fernando Aguado y Eva del Palacio
- Atrezzo: Ana y Trajano del Palacio y Fernando Aguado
- Caracterización y máscaras: Fernando Aguado y Ana del Palacio
- Intérpretes: Fernando Aguado, Eva del Palacio, Marina Andina, Virginia Sánchez, Paúl Hernández, Adolfo Pastor, Vicente Aguado, Luna Aguado, Ana Belén Serrano, Miguel Barón y Trajano del Palacio
- Lugar: Alcazaba de los Guzmanes del castillo de Niebla. Teatro accesible. Aforo: 900 localidades, agotado todo el papel
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Lo que son las mujeres, con o sin el artículo femenino plural por medio, es consecuentemente una comedia rompedora en los años en que Rojas Zorrilla se decidió a escribir el texto, quedando a estas alturas como puro teatro clásico, con su sabor y su ritmo, con sus proverbiales enredos y sus momentos de humor que a buen seguro tuvieron en aquel áureo siglo una favorable respuesta por parte del público que abarrotaba cazuelas, tertulias, gradas o aposentos.
Hoy, en estos tiempos, quizás la obra esté pidiendo una versión menos fiel al original y más rompedora, con menos texto si pudiera ser, lo que no quita que sepamos valorar el tono burlón de la comedia, ni la soltura del verso a pesar de lo acelerado, como la atinada expresión corporal, y la construcción de unos personajes a los que se les ha sacado punta pero podría habérsele sacado más, hasta dejarla más que fina, afiladísima para que el espectador tenga donde mirarse, un espectador al que, y eso está ya más visto que el tebeo, se le pida colaborar llevando el compás en un último acto que, afortunadamente, da aire fresco a un graderío en podía estar acusando ya cierto cansancio de tanto verso, de tanta velocidad y de tanto argumento simple y predecible.

De la escenografía o el vestuario, de la caracterización de los actores, se puede decir todo lo bueno que sea menester. Para eso los hermanos Aguado y los Del Palacio, mantienen un taller de diseño y realización del que salen caracterizaciones como las que tanto calor dan a la obra. Mucho color y calor en los tonos que se aprovechan sobre todo en el final, lo mejor sin lugar a dudas de la obra. Aquí las interpretaciones se aúpan por encima de lo presenciado hasta ese punto, y además cuentan con un pianista, y responsable de la parte musical, que igual te dibujaba a un personaje con la sintonía del festival de Niebla que a otro con aquello de que las vacas del pueblo ya se han escapau, riau, riau. Fantástico. Estuvo genial un músico capaz de echarse a las espaldas todo el ritmo de la función sin descanso, como no descansa la compañía en pleno, justo es reconocerlo, que no paró de trabajar de un lado a otro del escenario, en todo momento e incluso a veces con monólogos largos y bien trenzados, estuviera el foco a su vera o en la otra punta de la tan movida escena, porque de movimiento y expresividad, hubo y en cantidad.
Teatro clásico, decíamos. Con un escenario tremenda y divertidamente clásico, con mínimos pero resultones cambios de escena, y unos vestidos igualmente muy acertados y vistosos para los tiempos de Rojas Zorrilla, un vestuario que también cambia en el último acto, sin perder un ápice de color ni de soltura, una soltura burlona que arropa esta versión para hacerla más digerible y soportable.